Una licenciatura, 2 años, 20 libras y dos meniscos reparados después, sigo siendo la misma pero los jeans ya no me quedan.
Y hablo en serio. La vida es graciosa: puedes crecer, expandirte, hacerte grande y verte acomplejado(a) por este crecimiento, y no solo lo digo en el sentido literal. El tiempo pasa y la vida se te va de las manos, de la noche a la mañana tienes una carrera, un IUSI que pagar, más y más responsabilidades y mucho por hacer; has cambiado pero te sigues sintiendo el mismo, deseando lo mismo, añorando lo mismo. Sin embargo, los jeans ya no te quedan: se te han quedado pequeños.
¿Complicado? Mucho. ¿Qué haces cuando el tiempo ha pasado, tu aún tienes los mismos sueños, deseos y sentimientos de antes, pero simplemente tus circunstancias ya no se ajustan a ti como lo hacían? Te ajustas los pantalones, los tiras a la basura, los modificas un poco ó ¿Acaso compras unos nuevos más caros y de diseñador? No. En mi caso en particular, amo mis jeans viejos y no deseo cambiarlos. Podrán estar desgastados, arrugados, rotos por tanto que me ha tocado arrastrar las rodillas, pero siguen siendo mis jeans. Me ha costado mucho cuidarlos y conservarlos como tal: sin prejuicios, con fe y mucha humildad. No deseo otros. No quiero unos más glamorosos, menos inteligentes o más ricos, con más detalles y adornos que deslumbren o con sueños ambiciosos. Quiero mis jeans viejos, sencillos y felices. Mis amados jeans.
¿Ahora comprenden? Tendré que ponerme a dieta.